—No puedes
follar conmigo y luego dejarme. ¡No! Contigo lo quiero todo, no me vale sólo un
buen polvo de vez en cuando y luego cada uno a su casa. No quiero que te cruces
por la calle conmigo y hagas como si no me conocieses, o me saludes como a una
amiga. Lo quiero todo.
El intentó
abrazarla de nuevo, pero en esta ocasión ella le rechazó tajantemente.
—O todo o
nada. Dime, ¿qué escoges?
Durante un
buen rato ambos permanecieron en total silencio. Ella esperaba una respuesta que
parecía no llegar y él intentaba que sus labios se moviesen gritando que lo
quería todo, absolutamente todo, pero su garganta estaba cerrada y no era capaz
de vocalizar esas simples palabras, algo dentro de él se lo impedía.
—Yo…
—Será mejor
que te marches.
No iba a
consentir que de nuevo jugase con ella.
—¡No! ¡No!
¡Lo quiero todo, todo!
Ella se
soltó y dio un paso hacia atrás huyendo. Él estaba desesperado. Lo había estropeado
todo de nuevo y la perdería. Su corazón latía frenético, sus manos intentaban
tocarla, abrazarla, pero ella le rehuía, incluso se negaba a mirarle a la cara.
—¡Vete!
—Pero… pero…
¿por qué?
—Te ha
costado más de diez minutos decidirte. Si fuera verdad que lo quieres todo, en
el mismo instante que te lo pregunté, no habrías dudado. Yo no hubiera dudado.
¡Vete y no vuelvas más!
—¡No!
«Eres un
cobarde», se reprendió. ¿Cómo podía hacerle entender? ¿Cómo podía explicarle?
Cuando ella se negaba incluso a mirarle a los ojos.
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