—Te cuento que el sábado me caso
con Margarita Pizpireta Martínez
—¿Todavía no te la has cogido?
—¿Y que tiene eso que ver con el
matriqui?
—Es que algunas no se abren si no
pasan primero por el altar
—No, ella y yo nos compenetramos
—Entonces no existe motivo
genuino para que te cases
—¿Y el amor?
—¡Eso es lo que estás viviendo
ahora con ella! ¡No la cagues casándote! El matriqui tiene un embrujo raro,
pues apenas el notario firma y sella la partida matrimonial, todo se va al
diablo
—¿Y tú no te casaste?
—Sí, me case y con esa
experiencia estoy hablando, pues apenas el notario escriba: Margarita Pizpireta
de Voluble y Eduardo Voluble Prieto y ponga el sello y su firma,
automáticamente ella cambiará y lo peor es que tú también, pues ese maldito DE
influirá en el subconsciente de ambos.
—El DE la unión de conjuntos
—No el DE propiedad
Peor son los norteamericanos, que les borran el apellido a sus mujeres para ponerles el suyo. De todas formas —al menos por estos lares— lo del "de" ya no se lleva, afortunadamente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy bueno.
ResponderEliminarComo diría cierto anarquista del siglo XIX, la propiedad es un robo... En este caso, del sentido común.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Señora de...uffff
ResponderEliminarHe de decirte que el cuento de Caperucita en el siglo XXI ha cambiado un montonazo y menos mal!!!
Esto de las personas como propiedades creo que quedó en otro siglo...
Besos