La fuga de su mujer lo había
dejado casi sin emociones y no había pronunciado más de veinte palabras sobre
el particular. La mayor parte se las había dicho a su padre.
—¿Te divorciarás?
—No lo sé
—¿Permitirás que ella se divorcie
de ti?
—Si ella quiere. Hay que pensar
en el niño.
—¿Transferirás su mesada al niño?
—Siempre que pueda hacerse sin
discusiones.
—¡Ah! Cenaré en el club.
Crispín consideraba que la
relación con su padre era casi perfecta. Eran como dos miembros del club —el
único club—; estaban tan de acuerdo que no necesitaban hablar.
Al día siguiente de la fuga de su
mujer, Crispín le había dicho por teléfono a su hermana Elena:
—¿Te importaría hacerte cargo de
Tomas por un tiempo indefinido? Margarita irá con él. Se ha ofrecido a ocuparse
también de tus dos hijos menores, así que te ahorrarás una niñera y yo pagaré.
—Desde luego, Crispín.
A Macario, Crispín le había
dicho:
—Sylvia me ha dejado por ese tal Pérez.
—¡Ah!
—Voy a dejar la casa y a guardar
los muebles en un depósito. Tomas se irá con mi hermana Elena.
—Entonces necesitarás tus
antiguas habitaciones. Me mudaré mañana, si es posible.
Esa mañana en el desayuno, cuatro
meses después, Crispín había recibido una carta de su mujer. Le pedía, sin la
menor contrición, que le permitiera volver. Estaba harta de Pérez.
Crispín miró a Macario. Macario
se había levantado de la silla y lo miraba con los ojos acerados muy abiertos y
le temblaba la barbilla. Cuando Crispín habló, Macario tenía ya la mano en el
cuello de la licorera de cristal llena de whisky.
—Sylvia me pide que la deje volver.
—Tómate esto.
Crispín estuvo a punto de decir «No»
de forma mecánica. En lugar de eso respondió:
—Sí. Tal vez. Un vaso de licor.
—¿Vas a permitirle volver?
—Supongo que sí.
—Será mejor que te tomes otro.
—Sí. Gracias. Sí, en principio,
estoy decidido, pero me tomaré tres días para pensarlo con detalle.
Daba la impresión de carecer de
sentimientos al respecto. Todavía le rondaban por la cabeza ciertas frases insolentes
de la carta de Sylvia. Prefería una carta así. El whisky no alteraba su manera
de pensar, pero parecía ayudarle a evitar los temblores.
Macario dijo:
—Ojalá rechaces a Sylvia. ¡Por Dios, cómo me gustaría!
¿Por qué dejar que destroce el resto de tu vida? ¡Ya ha hecho bastante!
Los buenos amigos están para esas ocasiones en las que no tienes la cabeza para razonar por tu cuenta.
ResponderEliminarUn abrazo.
A veces los amigos son mejores que la familia.
ResponderEliminarUn buen amigo y un buen whisky indudablemente pueden hacer que veas las cosas con mayor claridad.
ResponderEliminarBesos
Al amor y el desamor, la rabia y el licor, quien no pasó por ello al lado de un buen amigo
ResponderEliminarBesos