Pensó si hubiese estado en el
ejército… Pero, sin duda, no le habría gustado el ejército. ¡La disciplina! Suponía
que habría tenido que aceptar la disciplina: es lo que debía hacer un hombre,
no por miedo a las consecuencias… Aunque los oficiales del ejército le parecían
patéticos. Chillaban y farfullaban para hacer que los hombres saltaran con
rapidez, y después de esfuerzos furiosos lo conseguían. Pero ahí acababa todo… La
mirada exacta, la observación precisa; era un trabajo de hombre.
El único trabajo digno de un hombre.
¿Por qué, entonces, los artistas eran blandos y afeminados, y no lo bastante hombres;
y en cambio el oficial del ejército, que tenía la mentalidad inexacta del
maestro de escuela, era un hombre viril? ¡Un hombre viril, hasta que se
convertía en una vieja!
¿Y los burócratas? Engordaban y
se volvían fofos, o flacos y nervudos. Hacían un trabajo de hombres,
observaciones exactas: número de
devolución 17642, con cifras exactas.
Y aun así se ponían histéricos: corrían
por los pasillos mientras preguntaban con voces agudas de eunucos quejosos por
qué el formulario nueve mil dos no estaba listo. Sin embargo, a los hombres les
gustaba la vida burocrática: por ejemplo, Mertens… Quince años mayor que él, un
tipo aburrido, rígido, atezado. Iba a su despacho de funcionario cuando le
apetecía: era un hombre demasiado bueno para que ninguna administración lo
despreciara…
Heredero de la hacienda Machareti,
¿qué sería del lugar en manos de aquel aburrido…? Sin duda lo alquilaría y
seguiría yendo a Monteagudo a las carreras de caballos —donde nunca apostaba— y
a Muyupampa, donde se decía de él que era indispensable… ¿Por qué
indispensable? ¿Por qué, en nombre de Dios? ¡Ese aburrido que nunca había ido
de cacería, nunca había disparado arma alguna, no distinguía un toro de un buey!
Un hombre sensato, el arquetipo del
hombre sensato. Nadie había mirado nunca a Mertens moviendo la cabeza para
decir: ¡Es usted brillante!
¡Brillante! ¡Ese muermo! No, ¡el indispensable era él! ¡Por mi alma!, esa chica de ahí abajo es la única persona inteligente
con la que me he topado en muchos años. Un poco afectada a veces, pero muy inteligente
y con un acento peculiar de vez en cuando. Y si hacía falta en algún sitio, ¡ahí
estaría! De buena raza, por supuesto, ¡por ambas partes! En todo caso, ella e
Ivana eran las dos únicas personas con las que se había topado en muchos años a
las que pudiera respetar: a la una por su absoluta eficacia a la hora de matar;
a la otra por su deseo constructivo y por saber cómo ponerlo en práctica.
¡Matar o curar! Si querías matar algo, podías acudir a Ivana con la seguridad
de que lo mataría: una emoción, una
esperanza, un ideal; lo mataría rápidamente y sin dudarlo. Si querías conservar
algo con vida podías acudir a Verónica y seguro que se le ocurría cómo hacerlo…
Los dos tipos de personalidad: ¡enemigo implacable, compañero fiable…, daga,
escudo!
¿Sería posible que el futuro les perteneciera
a las mujeres? ¿Por qué no?
Hacía años que no había conocido
a ningún hombre al que no hubiera tenido que hablarle como si fuese un niño pequeño,
igual que le había hablado al general Campos o al doctor López…, igual que le
hablaba siempre a Cristian. Y a todos los tipos que se cruzaban en su camino…
Pero ¿por qué habría nacido para ser una especie de lobo
apartado de la manada? Ni artista, ni soldado, ni burócrata, ni desde luego
indispensable en ninguna parte; en apariencia, ni siquiera sensato a los ojos
de aquellos torpes especialistas. Un observador preciso…
El lobo solitario nunca sobrevive a la manada, ese es el chiste.
ResponderEliminarSaludos,
J.
¡Ay! si las mujeres estuvieran más presentes en TODO...
ResponderEliminarPena que aún haya que hacerse esa pregunta: ¿Sería posible que el futuro les perteneciera a las mujeres? ¿Por qué no?
ResponderEliminarSer un lobo solitario alejado de la manada es un sentimiento no un hecho, nadie al final te deja de verdad alejarte de la manada, te quieren controlado aunque no encajes.
Besos