Y otras veces salen juntas para
mezclarse con una multitud de amigos, o de simples conocidos, amigos y
conocidos de Elisa, que a Clara le parecen difícilmente soportables, y que
también a la otra, piensa ella, deben de parecerle a menudo terriblemente necios,
pedantes y aburridos, con su jerga banal en que se mezclan todos los tics de su
clase —más molestos, inadmisibles, en ellos que en sus mujeres, y es extraño
que Elisa, ella sola entre todos, no hable también así—, y sus lugares comunes
y sus certezas y su suficiencia, y este modo ostentoso en que la halagan a
ella, a Clara, y la oprimen y la miman y la besuquean y la festejan y se la
disputan, pretenden incluso protegerla, como si fuera un animalito misterioso
recién descubierto por Elisa la extraña, por Elisa la esquiva, como el último
grito de lo nuevo y actual, alguien en cualquier caso terriblemente desvalido y
en absoluto peligroso, unos amigos pues a los que Clara odiaría, porque le ofende
su contacto y sus voces y el modo en que la miran, le molestan sus arrumacos y
sus bromas, pero a los que no puede llegar a odiar enteramente porque sabe que a Elisa algunos
días — tan sólo algunos días— sí la divierten y la halagan y hasta la ayudan
por extraños caminos a vivir. Y le gusta además a Clara ver a Elisa maniobrando
entre ellos, moviéndose con tanta gracia y soltura entre todos ellos —sus
largas piernas, sus andares de chico, su melena cobriza (dice Ricardo que Elisa
tenía vocación de pelirroja, pero que se cansó y lo dejó como todo a la mitad),
sus pecas insolentes y su risa clara—, siempre pronta a tratar en cualquier instante
a los criados como si fueran sus amigos o a los amantes como sólo se trata a
los criados, porque Elisa la mira a veces, en mitad de una frase dicha a otros,
y le guiña de modo imperceptible un ojo cómplice, y piensa Clara que el juego
es para ella, la representación en su honor, y se dirige a ella lo que la otra dice,
para que ella lo escuche y las dos se diviertan y se burlen de amantes y de amigos,
y le gusta también a Clara ver a Elisa metida entre estas gentes, y saberla siempre
la más aguda, la más tierna, la más hermosa, verla chisporrotear
y distraerse y escapar en cierto modo de sí misma, de los sombríos pensamientos
que la encierran y la reducen al sillón junto a la ventana abierta. Y cualquier
incidente que salve a Elisa unos instantes de sus fantasías depresivas y
desoladoras, cualquier estímulo que la impulse a lavarse el pelo, a vestirse, a
salir de la casa, le parecen a Clara aceptables y justificados, no sólo los
paseos a dos hasta la calle Comercio, o las cenas en el restaurante italiano y
con la presencia ambigua de dos o tres posibles amantes, correctos, elegantes,
bien vestidos, altos, casi siempre, olorosos casi siempre a tabaco de pipa o a
lavanda, amantes que no están nunca —según Clara, aunque ahí también coincide Ricardo—
ni remotamente a la altura de Elisa, y que no podrán jamás soñar siquiera en
comprenderla y ayudarla, pero que quedan justificados ante sí mismos y ante
ella, ante Clara, si logran divertirla unos instantes, satisfacerla en su
vanidad de mujer —aunque cómo podrán halagarla, ni en su vanidad de mujer ni en
ninguna otra, tipos como éstos—, hacerla cantar o sonreír, darle quizás incluso
esto que todos vienen en llamar placer, y que Clara no sabe demasiado bien en
qué consiste, porque ella se ha manejado siempre en términos de amor o desamor,
y para ella el placer o el desplacer se miden sólo en la distancia que la
separa del ser que ama, y le cuesta imaginar que esos señores de pelo bien
cortado, de hablar bien cortado, de ropas impecablemente cortadas, suéteres, camisas,
corbatas, puedan darle a una Elisa que evidentemente no les ama, y ni parece siquiera
capaz de aislarlos en esta masa informe de amigos que la rodean, capaz de diferenciar
uno de otro los amantes, por otra parte tan iguales también para Clara, puedan
darle en fin algo parecido a lo que ella, Clara, fantasea como placer, pero
incluso así lo admite, como tantas y tantas cosas de la otra que ella no puede
para sí misma concebir y que no logra por lo tanto compartir, pero que cree le son
útiles a Elisa en algún modo para ella misterioso e inexplicable.
Lo que le ocurre a tus personajes compañero se soluciona rápido, porque lo mejor que hay, es llevar una vida poco sociable, vamos más o menos como los búhos, y así se evita uno muchos quebraderos de cabeza, y no tienes que rebanarte el coco pensando si esos amigos y amigas merecen la pena, o hay que dejarlos de lado.
ResponderEliminarAbrazo Chaly.
Buena descripción del paisaje femenino.
ResponderEliminarMe gusta como describes, muy evocador el texto de hoy
ResponderEliminarTe deseo un Feliz 2018
Un gran abrazo