jueves, 28 de diciembre de 2017

0118: a migas

Y otras veces salen juntas para mezclarse con una multitud de amigos, o de simples conocidos, amigos y conocidos de Elisa, que a Clara le parecen difícilmente soportables, y que también a la otra, piensa ella, deben de parecerle a menudo terriblemente necios, pedantes y aburridos, con su jerga banal en que se mezclan todos los tics de su clase —más molestos, inadmisibles, en ellos que en sus mujeres, y es extraño que Elisa, ella sola entre todos, no hable también así—, y sus lugares comunes y sus certezas y su suficiencia, y este modo ostentoso en que la halagan a ella, a Clara, y la oprimen y la miman y la besuquean y la festejan y se la disputan, pretenden incluso protegerla, como si fuera un animalito misterioso recién descubierto por Elisa la extraña, por Elisa la esquiva, como el último grito de lo nuevo y actual, alguien en cualquier caso terriblemente desvalido y en absoluto peligroso, unos amigos pues a los que Clara odiaría, porque le ofende su contacto y sus voces y el modo en que la miran, le molestan sus arrumacos y sus bromas, pero a los que no puede llegar a odiar enteramente porque sabe que a Elisa algunos días — tan sólo algunos días— sí la divierten y la halagan y hasta la ayudan por extraños caminos a vivir. Y le gusta además a Clara ver a Elisa maniobrando entre ellos, moviéndose con tanta gracia y soltura entre todos ellos —sus largas piernas, sus andares de chico, su melena cobriza (dice Ricardo que Elisa tenía vocación de pelirroja, pero que se cansó y lo dejó como todo a la mitad), sus pecas insolentes y su risa clara—, siempre pronta a tratar en cualquier instante a los criados como si fueran sus amigos o a los amantes como sólo se trata a los criados, porque Elisa la mira a veces, en mitad de una frase dicha a otros, y le guiña de modo imperceptible un ojo cómplice, y piensa Clara que el juego es para ella, la representación en su honor, y se dirige a ella lo que la otra dice, para que ella lo escuche y las dos se diviertan y se burlen de amantes y de amigos, y le gusta también a Clara ver a Elisa metida entre estas gentes, y saberla siempre la más aguda, la más tierna, la más hermosa, verla chisporrotear y distraerse y escapar en cierto modo de sí misma, de los sombríos pensamientos que la encierran y la reducen al sillón junto a la ventana abierta. Y cualquier incidente que salve a Elisa unos instantes de sus fantasías depresivas y desoladoras, cualquier estímulo que la impulse a lavarse el pelo, a vestirse, a salir de la casa, le parecen a Clara aceptables y justificados, no sólo los paseos a dos hasta la calle Comercio, o las cenas en el restaurante italiano y con la presencia ambigua de dos o tres posibles amantes, correctos, elegantes, bien vestidos, altos, casi siempre, olorosos casi siempre a tabaco de pipa o a lavanda, amantes que no están nunca —según Clara, aunque ahí también coincide Ricardo— ni remotamente a la altura de Elisa, y que no podrán jamás soñar siquiera en comprenderla y ayudarla, pero que quedan justificados ante sí mismos y ante ella, ante Clara, si logran divertirla unos instantes, satisfacerla en su vanidad de mujer —aunque cómo podrán halagarla, ni en su vanidad de mujer ni en ninguna otra, tipos como éstos—, hacerla cantar o sonreír, darle quizás incluso esto que todos vienen en llamar placer, y que Clara no sabe demasiado bien en qué consiste, porque ella se ha manejado siempre en términos de amor o desamor, y para ella el placer o el desplacer se miden sólo en la distancia que la separa del ser que ama, y le cuesta imaginar que esos señores de pelo bien cortado, de hablar bien cortado, de ropas impecablemente cortadas, suéteres, camisas, corbatas, puedan darle a una Elisa que evidentemente no les ama, y ni parece siquiera capaz de aislarlos en esta masa informe de amigos que la rodean, capaz de diferenciar uno de otro los amantes, por otra parte tan iguales también para Clara, puedan darle en fin algo parecido a lo que ella, Clara, fantasea como placer, pero incluso así lo admite, como tantas y tantas cosas de la otra que ella no puede para sí misma concebir y que no logra por lo tanto compartir, pero que cree le son útiles a Elisa en algún modo para ella misterioso e inexplicable.

3 comentarios:

  1. Lo que le ocurre a tus personajes compañero se soluciona rápido, porque lo mejor que hay, es llevar una vida poco sociable, vamos más o menos como los búhos, y así se evita uno muchos quebraderos de cabeza, y no tienes que rebanarte el coco pensando si esos amigos y amigas merecen la pena, o hay que dejarlos de lado.

    Abrazo Chaly.

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  2. Buena descripción del paisaje femenino.

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  3. Me gusta como describes, muy evocador el texto de hoy

    Te deseo un Feliz 2018

    Un gran abrazo

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