—Vamos
al grano ¿qué quieres?
Bajó
la cabeza y cerró los ojos. Tenía tantas ganas de llorar que no pudo
contenerse, a pesar de haberse repetido mil veces que no lo haría. Su llanto
fue silencioso. Que qué quería, le había preguntado… Como si ella lo supiera. Quería
huir, eso era lo que quería. Huir de todo y de todos. Que qué quería… No tener que mendigar trabajo,
no vivir en un mundo tan asqueroso, tan mentiroso, no perder la dignidad, no
sufrir más, por favor, no sufrir más, no sufrir más…
—Ha
sido una tontería. No debería haber venido.
—Vamos,
no llores. Trabajo. Buscas trabajo, ¿no?
El se
rascó la nuca, pensativo. No entendía muy bien lo que le quería decir.
—Supongo
que no querrás que tu madre sepa de todo esto.
—Me da
igual.
—¿Y tú
novio?
—¿Es
que es un delito trabajar? Además, él no se enteraría.
—Eso
es verdad… Pero, joder, ¡es que lo que me pides…! Mira, ahora las chicas vienen
del interior. Casi todas las europeas se han vuelto a sus casas.
—¿Quiénes?
—Las
putas.
—¿Qué
quieres decir?
—Que
tú… no sé.
Ella
lo miró desconcertada. Pensaba que la había entendido y ahora se daba cuenta de
que estaba confundiéndose. No se ofendió, pero le costó esfuerzo explicar que
estaba en un error.
—Creo
que…, bueno, me parece que no me he expresado bien… Yo, no he venido para
pedirte…, bueno, que no quiero trabajar de puta, a ver si me entiendes. Que no
es que tenga nada en contra de…, no es eso, lo que quiero decir es…
—Ahora
soy yo el que no entiende un carajo.
—Pues…
que había pensado que tal vez para la barra, para servir copas, ya sabes…
Podría ayudarte y…
Don
Petro lo pensó apenas unos segundos. Después, levantándose y señalándola con el
dedo, advirtió
—De
acuerdo. Pero nada de sueldo, que no está el negocio para hacer caridad. Si
quieres, quédate, pero sólo ganarás lo que te saques en propinas. Así es que ya
puedes despabilarte: mucho escote, mucha minifalda, mucha sonrisa y mucho calentar
a la clientela. De ello dependerá lo que te ganes. Y dos cosas más: si aparece
la poli, se les invita siempre, no vayas a intentar cobrar sus copas; y si
aparece la inspección de Trabajo, eres mi sobrina y me estás echando una mano.
Aquí no estás trabajando, ¿entendido?
—Sí…
—Muy
bien. Empiezas hoy mismo que hay poca gente y así te vas poniendo al día. Por
cierto, aquí de vestir pantalones vaqueros, nada. ¡Y ábrete esa blusa… ¡Susi!
Susi
entró en el despacho corriendo, atendió a las instrucciones, y se
llevó a Vicky a la barra y le explicó a toda prisa cómo funcionaba el negocio y el horario
que debía cumplir, que era desde las cinco de la tarde hasta la madrugada, sin
hora fija. Allí no se cerraba hasta que se iba el último cliente.
—¿Quieres
que te preste una minifalda? Con esos vaqueros no pones cachondo ni al chófer
del papa…
—Es que
estoy sin depilar y…
—¡Tú
eres tonta! ¿Crees que los hombres se fijan en eso? Esas cosas sólo nos
importan a nosotras, chica.
Me parece muy triste y vejatorio que estas cosas ocurran con las mujeres, pero desgraciadamente ocurren y mucho peores.
ResponderEliminarAbrazo Chaly
Me gusta como a través de un diálogo (muy bien escrito y muy realista) me introduces en la historia y logras que no eche de menos más para implicarme en lo que cuentas. Son retazos de vida.
ResponderEliminarUn saludo.
Como la vida misma.
ResponderEliminarUn abrazo.
Realismo puro y no mágico.
ResponderEliminarUna forma de vida que para muchos como a mi, resulta desconocida y lejana pero ahí está, a la vuelta de la esquina...
ResponderEliminarBesitos :)
Me cuesta creer que no hay poder de decisión a la hora de hacer algo. Trabajos hay, pero ese es el más fácil. ¿Por qué no va a cocer ropa dia y noche si quiere ser esclava?
ResponderEliminarSaludos.