Mi suegro se negaba a entrar al trapo.
Escuchaba los comentarios mordaces de sus hijos sin dar jamás una respuesta:
«Vuestras críticas me entran por un oído y me salen por el otro», concluía
siempre sonriendo antes de marcharse.
Esa vez, sin embargo, la
discusión fue más áspera.
Todavía recuerdo su rostro
crispado, sus manos aferradas a la jarra de agua como si hubiese querido
romperla ante nuestros ojos.
Me imaginaba todas esas palabras que
nunca pronunciaría e intentaba comprender. ¿Qué entendía él exactamente? ¿En
qué pensaba cuando estaba solo? ¿Y cómo era en la intimidad?
Como último recurso, mi cuñada se
volvió hacia mí:
—Y tú, ¿qué piensas de todo esto?
Yo estaba cansada, quería que aquella
velada se terminara ya. Estaba ya harta de sus rencillas familiares.
—Yo…, yo creo que Pedro no vive
con nosotros, quiero decir, no verdaderamente, es una especie de marciano
perdido en la familia Durango…
Los demás se encogieron de hombros
y me dieron la espalda. Pero él, no.
Él soltó la jarra y su rostro se distendió para
sonreírme. Era la primera vez que lo veía sonreír así. Me parece que esa noche
nació entre nosotros cierta complicidad… Algo muy tenue. Yo había intentado
defender como podía a mi extraño marciano de pelo cano.
Cuántos marcianos perdidos en las familias hay, pena que no sepan darse cuenta los que deben darse cuenta.
ResponderEliminarBesos
UF! no soporto esas situaciones.
ResponderEliminarBesos
Para que luego digan de los parentescos políticos.
ResponderEliminarUn abrazo.
En todas las familias existen marcianos y hay que comprenderlos.
ResponderEliminarEn todas las familias se cuecen habas.
ResponderEliminarAbrazo.
te extrañaba ...gracias por volver
ResponderEliminarun abrazo enorme
Se nos olvida que son pilares.
ResponderEliminarUn beso, Chaly.
Siempre hay alguien que te apoya, seas como seas.
ResponderEliminarSaludos.