—Dice Fany que se habla de tu
madre y que una de las que hablan es la señora Gomes. No sé si esto es verdad,
porque nadie va a venir a contarme semejante cosa; pero probablemente es
cierto, y yo presumo que lo es. He visto a Fany y a la Gomes juntas con
frecuencia. Esa señora es una notoria chismosa, y por eso te ha echado de su
casa cuando la has acusado de llevar y traer cuentos. Tengo la sospecha de que
Fany ha encontrado gran consuelo en sus largas conversaciones con la Gomes, y creo
que ahora que Fany te ha dicho esto, su amiga no volverá a hablarle más del asunto.
Supongo que es verdad que «toda la ciudad», esto es, bastante gente, ha participado
en estas murmuraciones. Es natural que, aquí, cualquier cosa referente a un
Andrade haya causado siempre el mismo efecto que una piedra tirada en un
estanque. Y una mentira causa igual conmoción en el agua que una verdad. Las
cosas que dice la gente son muy peregrinas. Yo recuerdo que una vez, y no llevábamos
más que dos días de travesía cuando circuló por todo el barco la noticia de que
la muchacha más bonita de todo el pasaje no tenía orejas; puedes estar seguro
de que cuanto más bonito tenga el pelo una mujer que haya cumplido los treinta
y cinco, más seguro es que no faltará quien asegure que usa peluca. También
puedes estar seguro de que se han dicho más cosas acerca de los Andrade en esta
ciudad, durante muchos años, que acerca de ninguna otra familia. Supongo que
ahora se habla menos de nosotros, porque la ciudad ha crecido mucho, pero, en
general, es cierto que cuanto más señalado eres, más cuentos se inventan acerca
de ti y más numerosos son los que gozarían viéndote humillado. Pero esto no lo pueden
lograr mientras te niegues a saber lo que de ti se dice. ¡Ah! ¡Pero en cuanto haces
caso de las murmuraciones, estás perdido! No me refiero a ciertas difamaciones
que obligan a acudir a los tribunales. Aludo a esos pueriles chismorreos de
gentes como la Gomes, y que tanto horror te causan. La gente que repite un
chisme difamador o se olvida de él o se avergüenza de su conducta si la dejas
tranquila. Pero en cuanto se lo echas en cara, inmediatamente se convence de
que es verdad lo que ha dicho, recurso natural de defensa, pues es comprensible
que le resulte más agradable juzgarte pecador que pasar por mentiroso. Ríndete
a las hablillas y les das muerte; lucha contra ellas y les das renovado vigor.
La gente olvida casi todo lo que de malo se dice acerca de otros, excepto
aquello que se ha discutido.
—¿Has acabado?
—Pues… creo que sí
—¿Puedo preguntarte qué habrías hecho
en mi lugar?
—No estoy seguro. Cuando yo tenía
tus años, me parecía mucho a ti en bastantes cosas, principalmente en ser demasiado
impulsivo; así que me resulta difícil contestarte. No puede uno fiarse
gran cosa de la juventud, si no
se trata de expresarse a sí misma, luchar y hacer el amor.
—¿De veras? ¿Me quieres decir, entonces,
qué es lo que he debido hacer yo?
—Nada.
—¿Nada? Supongo que crees que voy
a tolerar que la buena fama de mi madre…
—¡La buena fama de tu madre! Nadie
tiene buena fama para las malas lenguas. Y nadie la tiene para los estúpidos. Y
he aquí que algunos tontos andaban hablando de tu madre, y todo lo que se te ha
ocurrido hacer ha sido tener un altercado con la vieja más parlanchina de estos
contornos, altercado que la va a convertir de ociosa habladora en enemiga de tu
madre. ¿Es que no crees que mañana sabrá toda la ciudad lo ocurrido? ¡Mañana!
¡Esta misma noche! Porque estoy seguro que no dará descanso a su teléfono esta misma
noche hasta que todas sus amigas se hayan acostado. Los que nada sabían de todo
esto, ahora lo van a escuchar bordado y adornado. Y ya se cuidará ella de que
todo el que haya insinuado algo acerca de tu madre se entere de que estás en
plan de guerra, lo que, naturalmente, los pondrá a la defensiva y hará que sean
sus críticas más acerbas. Irá creciendo el cuento al circular y…
—¿Pero crees que voy a tolerarlo yo? ¿Qué te supones que voy a hacer?
—Nada útil.
—¿Tú crees?
—No puedes hacer absolutamente nada.
Nada que sirva para algo. Cuanto más hagas, peor será.
—Bueno, dime entonces qué piensas
hacer tú ¿Estarte sentado ahí…
—Sí.
—… y dejar que toda esta gentuza traiga
y lleve el nombre de mi madre? ¿Es eso lo que te propones hacer?
—Es lo único que puedo hacer. Es lo
único que todos podemos hacer: estarnos sentados y esperar que con el tiempo deje
la gente de hablar, a pesar de haber tú animado muy hábilmente a esa mujer para
que haga todo lo contrario.
Difama que algo queda.
ResponderEliminarPero mientras haya boquitas que difundan los chismes y oídos que los den vida, difícil parar un rumor.
Si a alguien le da por decir en la blogosfera que soy la mismísima hija de satanás habrá incluso gente que lo afirme, diciendo que estaban allí presentes el día de mi nacimiento, y habrá personas que lo quieran creer porque quizá les convenga "enmierdarme", otros le darán más importancia y seguirán con el rumor porque siempre hay mediocres, otros les encantará tener algo jugoso que decir a otros blogueros de mi...y así al final resulta que hasta yo acabaré dudando de si soy la hija de Luzbel.
Un asco, sinceramente.
Besos
No puedo tragar a los chismosos y que conste que son tanto hombres como mujeres, aunque nosotras tengamos más maa fama que ellos.
ResponderEliminarBesos
Qué le gusta un chisme a quien todo envidia.
ResponderEliminarun beso
Dales cuerda y se irán como hilito ... :(
ResponderEliminarDales cuerda y se irán como hilito ... :(
ResponderEliminarDesde luego, esta gente tan chismosa son un horror
ResponderEliminar:) Besos
hay gente que tiene mucho que hablar de ellos mismos ,pero para ocultar lo suyo hablan y hablan de los demás y así cren que quien los escucha no indaga en lo suyo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Besos.
ResponderEliminarQué horror de gente chismosa!
ResponderEliminarBesos =)))