— Anatolia, te quiero. Te quiero entrañablemente. Te quiero. No tengo imaginación... Eso es todo lo que tengo que decirte. Te estoy fastidiando. No quería decírtelo aquí. Quería decírtelo en un sitio donde nunca hubiéramos estado, en un sitio que fuera nuevo para los dos... Está mal decírtelo aquí, ¿verdad? En éste patio, en esta silla... Quiero que tú estés libre para mí. No quiero arrancarte de nada...
— ¡Oh, Crispín! Estoy libre para ti hace tiempo, muchísimo tiempo...
— Entonces, Lucindo ha desaparecido para siempre... ¿Estás segura...?
— Estuve a punto de casarme hace dos años.
— ¿Por qué no lo hiciste?
— Comenzaste a escribirme...
— ¿Me querías ya algo entonces?
— No he dejado de quererte ni un solo día desde entonces.
— Anatolia, ¿por qué no me lo dijiste?
— Yo te estaba esperando, Crispín. Hasta entonces, nunca escribiste. Y cuando comenzaste a escribir, ¿qué decías? Como sabes, puedes ser muy ambiguo en tus expresiones.
— Dame un beso, Anatolia. Dame un... ¡Cielos, te he besado, Anatolia! He besado a Anatolia. ¡Cuánto tiempo he esperado para besarte!
— Nunca te lo perdonaré. ¿Por qué esperaste todos estos años? He tenido que esperar sentada, preguntándome si era una estúpida al pensar en ti.
— ¡Anatolia, qué bien vamos a vivir ahora! ¡Sólo voy a pensar en hacerte feliz!
— No, así no me harás feliz.
— Te he besado...
— Como el hermano de Lucindo. Hazlo como un hombre, Crispín. ¿Qué es esto, Crispín?
— Vámonos en el coche a algún sitio... Quiero estar a solas contigo.
— No. ¿Qué es esto, Crispín? ¿Tu madre?
— No, nada de eso...
— Entonces, ¿qué pasa? Hasta en tus cartas había algo... Parecía que estabas avergonzado.
— Sí, no me extraña. Pero ya se me está pasando.
— Tienes que decírmelo...
— No sé cómo empezar. Es algo mezclado con muchas otras cosas... ¿Recuerdas cómo, allá estaba al frente de una compañía de peones?
— Desde luego.
— Bien, cogí a todos mis hombres.
— ¿A cuántos?
— A casi todos.
— ¡Cielos!
— Hace falta tiempo para que eso se olvide. Porque eran simplemente hombres. Por ejemplo, hubo una vez que llovió durante varios días y un muchacho se me acercó y me entregó el único par de calcetines secos que tenía. Me los puse en el bolsillo. Es un detalle de nada, si quieres, pero así eran los hombres que cogía. No se cansaban. Es eso exactamente; con un poco más de egoísmo, estarían aquí. Una especie de... responsabilidad. Hombre con hombre. ¿Me comprendes? Eso supondría para cada cual una diferencia. Y, luego, volví a casa y resultaba increíble. Yo... Bien, aquí aquello no tenía sentido; todo parecía... un simple accidente de la cárcel. Comencé a trabajar con papá. Era otra vez la compañía aérea. Me sentí... como tú has dicho... avergonzado en cierto modo. Porque nadie había cambiado. Parecía que convertí en unos culos a una serie de hombres magníficos. Tenía remordimientos de estar solo, de abrir la libreta de cheques, de conducir el nuevo coche, de contemplar al nuevo jardinero. Tienes que pensar que procede del amor que un hombre puede sentir por su semejante y tienes que ser, precisamente por eso, mejor de lo que eres. No quería tocar otro culo. Y en eso, comprendo que estabas incluida tú.
— ¿Sigues pensando de ese modo?
— Ahora te necesito, Anatolia.
— Ya no tienes que pensar así. Porque tienes derecho a todo lo que posees. A todo, Crispín, ¿me comprendes? A mí también... Y en cuanto al dinero, no hay nada malo en tu dinero. Tu padre hace volar a cientos de aviones y eso es un motivo de orgullo para ti. Se debe ganar por eso...
— ¡Oh, Anatolia, Anatolia! ¡Voy a hacer una fortuna para ti!
— ¿Qué haré con una fortuna? ...
:) me has hacho sonreír. Besos.
ResponderEliminaray que ocurrencia tienes Pillin '¡¡
ResponderEliminarbesos
Me dejas con la curiosidad de saber qué más hará Crispín por Anatolia...
ResponderEliminarBesos
-no he dejado de quererte ni un solo dia desde entonnces- es lo que siempre creo quise me dijerann algunna vez....
ResponderEliminar