597: El Pollo y la Polla

-¿Te acuerdas de lo que te dije?
-Me acuerdo… "Tú y yo somos amantes sólo por esta noche…"
-Eso es.
-Y yo te respondí: "Yo me convertiré en una persona madura y responsable de la que te sentirás orgullosa".
-Sí, ya veo que has madurado. Ya no eres el chico atolondrado que yo conocía.
-¿Sales con alguien en especial?
-No. ¿Y tú?
-Yo tampoco.
-¿Qué fue de aquello que dijiste que cuando nos volviéramos a ver yo me habría enamorado de otra persona y a ti te habría pasado lo mismo?
Ninguno de los dos habló por un pequeño rato.
-¿Lo… has vuelto a hacer, después de esa tarde? Con otras personas.
-¿Si he vuelto a hacer el amor?
-Sí…
-No, no lo he hecho desde entonces.
-Ni yo.
Los dos se miraban el uno al otro, fijamente, nerviosos. La Señorita puso sus manos sobre la caja, con intención de cogerla.
-Debo irme ya. Cuídate.
-Yo aún te quiero.
-No lo hagas más difícil- dijo la profesora tratando de ponerse severa, pero sin conseguirlo-. Sabes que debo volver a Irlanda.
-Siempre he estado pensando en ti.
-No… Yo…- dijo, tratando de contenerse.
Entonces él la rodeó con sus brazos
-¡No! ¡He dicho que no!
La besó.
La profesora trató de separarse, pero no pudo ante la fuerza del muchacho. Y tampoco pudo por la dulce sensación de encontrarse en sus brazos, y la de sentir los labios de él sobre los suyos. Ella lanzó un suspiro de placer. Se contemplaban, ambos con la misma expresión en los ojos. Entonces la profesora presionó sus dedos sobre esa parte de los pantalones del muchacho, advirtiendo la dureza que se había formado dentro.
-Mira lo que te ha pasado.
Pancracio abrió los ojos. Se encontró estirado sobre su cama, en la mano derecha retenía una polla desvanecida y en la izquierda, una fotografía en la que se encontraba la Profesora de Inglés. Se levantó de la cama y abrió la ventana, asomándose a ella. Había anochecido, y las estrellas le parecieron más brillantes que nunca.